Hace años conocí a Dany en San José. Tras la barra del Plátano Azul servía copas con destreza: en un vaso de boca ancha lleno de hielo vertía el alcohol, luego empuñaba un gran cuchillo que colocaba vertical apuntando al centro de la boca del vaso; en la otra mano, la mitad de un limón se estrujaba entre los dedos y recorría, casi cortándose en cuartos, el filo del cuchillo; el zumo caía como del caño de una fuente, para acabar en el fondo mezclado en alcohol. Terminaba el combinado vertiendo una parte del refresco dentro del vaso. Por último, el limón, aún en la mano, se desliza por el círculo de cristal, perfumándolo. Las suyas están entre las mejores copas que he tomado. Antes del primer trago, si querías, encontrabas, apenas un instante, su mirada azul y limpia, que sonreía. En seguida se giraba para volver a dejar la botella en su sitio, entonces era su espalda la que hablaba, y, como sus ojos, lo hacía del viento y de sueños: alas de águila Harley Davidson estampadas en el cuero negro del chaleco. Así confirmaba su apariencia del principio: no era un hombre de aquí; ni de lugar alguno; y sólo una mano de suerte me cruzó en su camino cuando él iba de paso. Aquello no fue más que una larga parada en el desierto, para saborear el mar y las lunas.
Me convence saber que cada noche, dormido, continuaba el viaje; también detrás de la barra, escuchando a Johnny y al motor de su Harley, avanzaban juntos (Los otros solo oíamos de fondo la voz de Halliday mezclada con tragos.): Atrás quedó Kingman. Mañana, mientras amanezca, empezaremos a ver, lejanas, las primeras casas de Barstow; Johnny no lo dudaba, y Dany, tampoco. La costa oeste está cada día más cerca y ninguno de los dos tiene muy claro que sea eso lo que desean. De ahí las largas noches de guitarra y alcohol, detenidos junto a la autopista; y las mañanas dormidos bajo el polvo de los largos tramos aún sin asfalto de la ruta 66.
Pero el 27 de agosto de 2008 Johnny lo convenció.
Ahora permanecen juntos en una llegada eterna que no culmina. Un día de estos que nadie conoce, sonará en Santa Mónica el murmullo quedo de la voz de Dany. (Ya suena, entre las plumas de las alas de su espalda, el compás de las motos llegando al oeste, a la vez que el ocaso de la tarde hunde a lo lejos una enorme esfera de fuego en el agua del mar).