Ya podéis leer la historia correspondiente a la foto 18 en La historia que no se ve. Por supuesto, no la he escrito en las 24 horas siguientes a la recepción de la foto, ya que esta foto la conozco desde el momento en el que fue hecha por José Manuel Alfaro; luego él trabaja en el procesado de la fotografía hasta que finalmente me la envía para la publicación.
Desde que tengo el archivo de esta foto (hace meses), lo he abierto muchas veces y me he quedado mirando a esta preciosidad de bebé. La verdad es que, a diferencia de ocasiones anteriores en las que lo que me provoca la foto se convierte en el fondo de la historia que escribo, aquí he trabajado de otra manera. Y ha sido así porque la foto solo me transmite dulzura y belleza en el estado más puro; y no suelen estar estos conceptos entre mis preferencias a la hora de escribir. Así que decidí colocarme en la piel de ese bebé y hacerme consciente del trago tan duro que acaba de vivir: el nacimiento. Y es que está comprobado que el momento del parto es sumamente estresante para la criatura (también para la madre), un ser humano que aún no ha completado el crecimiento y desarrollo definitivos de su cerebro y que por supuesto no cuenta con información para comprender lo que ocurre. Solo puede soportarlo.
También se ha comprobado que es la dureza de esa experiencia por la que atraviesa el recién nacido la que le aporta una determinada facultad para enfrentarse a otros momentos duros a lo largo de su vida; así, se constata que, por lo general, los niños nacidos mediante cesárea se muestran menos fuertes ante la frustración e incluso más débiles en defensas ante situaciones críticas de su cuerpo.
En cualquier caso, lo que pasó a interesarme literariamente fue el sufrimiento y el desconcierto que padeció este bebé durante el parto, pocos días antes de realizarse el retrato. Y esto es lo que escribí.
Puedes ver la foto y leer la historia aquí: La historia que no se ve