Entre las personas de mi entorno le llamamos Manuel el pintor; es la forma de diferencirlo entre los manueles que conocemos, que son muchos, aunque no por eso considere cierto que lo bueno abunda, todo lo contrario; Manuel Damián sí lo es. Una persona extraordinaria, comprometida, rebelde, luchadora, honesta, culta y cultivada, crecida, y buena. Una buena persona cuyo hacer está siempre avalado por principios éticos con fundamento y por un claro sentido de la justicia y la equidad. Es obvio que para mí es alguien muy especial y que le quiero y le admiro muchísimo.
Le conocí cuando dirigía la Escuela Municipal de Dibujo y Pintura, dependiente de la concejalía de Cultura en la que trabajo. Nuestro primer acercamiento tuvo lugar un diciembre en el que quise pintar un decorado para aforar la escena del misterio (figuras del portal de Belén) que montábamos en dependencias municipales con motivo de la Navidad. Él me ayudó. Una tarde fría y corta, de invierno, vino a pintar junto a mí (recuerdo a su hija María, muy pequeña por entonces, que también quería pintar, y de ella son algunos brochazos de esas tablas). A Mati, su mujer, creo recordar que la conocí el mismo día que a Jon Juaristi (catedrático, investigador, escritor y buen poeta vasco. Por entonces inaugurábamos un espacio municipal multidisciplinar que lleva su nombre, cuando era director de la Biblioteca Nacional, cargo que abandonó para pasar a dirigir el Instituto Cervantes. Un hombre que en su adolescencia y primera juventud militó en las filas de la banda terrorista ETA, para pasar, años despues, en la madurez (cosas que tiene la vida) a ser una figura clave contra el terrorismo en España, hasta el punto de vivir rodeado de especiales medidas de seguridad por encontrarse desde 1997 amenazado por la misma banda terrorista). Pero aquí estamos hablando de otra cosa (al poeta Jon Juaristi le dedicaré una entrada en otro momento). El caso es que conocí a Mati, bióloga en uno de los institutos de investigación del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Desde entonces me siento amigo de la familia. En su casa he cenado en varias ocasiones (Mati se lo monta bien en la cocina), pero, y ellos lo saben, mi amigo del alma es Manuel el pintor. Y es curioso que le llamemos así, porque él no es, ni mucho menos, solo pintor. Es geólogo y tiene en su haber hallazgos importantes. En INéDITO, mi web personal, aparece algún comentario al respecto de su actividad como explorador y como pintor, por ser el autor del cuadro que me inspiró el relato Malas noticias (Mal momento, Mil Libros Narrativa, 2009).
Ahora aquí toca hablar de su faceta como escultor, disciplina
artística a la que llega casi casualmente y ya en su madurez, y en la que ha encontrado un medio de expresión que le satisface enormemente (ya estaba aburrido de pintar, dice). Sus trabajos están realizados, en su mayoría, en piedra. En la foto de la cabecera de esta entrada está trabajando con el cincel en un bajorrelieve que representa una vista de la Salamanca monumental, con el puente romano en primer término, y del que añado un detalle donde se observa el cuidado trabajo que realiza.
También en su escultura se encuentra su afición por la
naturaleza, su atenta observación del cuerpo de los animales y, por supuesto, sus conocimientos de antropología.
Cabeza de Neandertal