Recuerdo con una claridad sorprendente los momentos de aquel día en que fuimos a recogerte. Hacía poco habías cumplido dos meses y ya tenías una mirada tan sana, expresiva y alegre, que no dudamos en traerte a casa. Desde la primera noche, Yolanda te eligió como compañera de sus sueños, y a su lado aprendiste tanto que llegaste a conocerla mejor que nadie, y a quererla: sin obsesiones, sin caprichos ni dependencias, con un amor tan grande, sincero y rico, que pronto olvidamos que eras una perra labradora dorada, muy grande y muy blanquita, y pasaste a ser Berta, simplemente.
Y fue así como tú, Berta, te convertiste en la mejor compañera de vida: sentirte cerca fue una de las emociones más gratificantes y prodigiosas que hayamos vivido.
Allá donde estuviéramos, siempre había una mirada nuestra que se topaba con la tuya, porque ibas con nosotros a todas partes. Nunca, a nadie, le resultó molesta tu presencia. Y a nosotros, sin duda alguna, nos hizo grandes y mejores.
Y es que tú nunca molestaste; siempre supiste hacer las cosas fáciles. Y siempre llenaste de alegría y bondad los espacios que ocupabas.
Estoy triste porque ya no volverás, pero sereno y tranquilo porque ahora sé que ya nunca podrás irte: estarás con nosotros para siempre.
Berta o la bondad, el juego y la fuerza (Videoclip: ver a la máxima resolución Fotografías: pinchar sobre las imágenes) |