Conozco por tanto a sus padres. Y a su hijo Iván, joven cocinero sensible y con futuro. Su abuelo, padre de Luis, es un hombre extraordinario, un ejemplo permanente de lucha, sacrificio y silencio: nunca se queja en público de sus doloridas piernas. Habla lo justo, como quien sentencia, y son las suyas sentencias que conviene tener en cuenta. Años y sabiduría. Ahí va una de las suyas: "Caballo que no da carrera, en el cuerpo la lleva".
Luis es un tipo curioso, todo un personaje. No cesa de hablar, sin resultar pesado; no hace más que vacilar, sin resultar molesto; ofrece un trato cercano, sin pasar el límite. Es un barman excelente.
Y tiene gracia. Mucha. Es capaz de decir en voz alta junto a cualquier mesa, con el comedor lleno, cosas como: "Quiere que le fría un huevo de los míos" (Nadie pilla la doble intención), y le responden amablemente: "No es necesario, muchas gracias".
Y tiene gracia. Mucha. Es capaz de decir en voz alta junto a cualquier mesa, con el comedor lleno, cosas como: "Quiere que le fría un huevo de los míos" (Nadie pilla la doble intención), y le responden amablemente: "No es necesario, muchas gracias".
Una de las especialidades de su cocina es el estofado de rabo de toro. Es extraordinario. Algunas veces, cuando le felicitan por el exquisito plato, preguntan: "¿Cómo hace para que esté tan bueno, tan tierno?". Y Luis muy serio responde: " Pues verá señora, este es uno de los platos que al hacerlo le pongo de todo menos cariño". -"Y eso por qué?".-"Porque si le pusiera cariño al rabo no estaría tan blando".
En fin, él es así. Y me parece muy bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario