Este hombre extraordinario es Vicente, el padre de Luis, el del restaurante donde voy casi a diario. Al contrario que su hijo, Vicente es callado. Aunque siempre tiene en los labios un saludo agradable. Tiene setenta y ocho años y buena memoria. Algunas veces cuenta cosas de su vida. Esto me lo contó recordándose de jovencito.
España, 1947. Una mujer corrió la voz. Necesitaban un pastor. Vicente se presentó ante ella. Tenía entonces 16 años, trabajados. ¿Tú vas a ser el pastor de mi ganado? Sí señora, si usted lo quiere. ¿Conoces el oficio? Sí señora. ¿De dónde eres? De al lado, del pueblo de al lado. Está bien, te pagaré cinco pesetas. No señora, quiero siete, por menos me quedo en casa, ayudando. Lo que pides es mucho. Usted decide. Si al finalizar el mes me he ganado siete pesetas, usted las paga; si no, cobraré cinco y me iré. De acuerdo, dijo la señora. Luego lo acompañó a los corrales. Allí estaban las ovejas de la señora. Antes de que ella hablara, Vicente dijo: Está bien, yo me ocupo, señora. Y comenzó a hacer su trabajo.
No había pasado una semana cuando a los señores les pidieron tres corderos, y el señor comentó que llamaría al carnicero para que los sacrificara.
-¿Qué falta hace el carnicero? Yo soy el pastor.
-Tú destrozarás el mondongo, y el animal se echará a perder.
-¿Por qué cree eso? Yo sé hacerlo.
Vicente sacrificó y abrió en canal los cuerpos colgados de los tres corderos. Acertando.
Ya desde el primer día, la señora le servía almuerzos y cenas que él ni soñaba. Pan del que no había, blanco como el alba; huevos, chorizo, carne estofada. Cómo cocinaba la señora. Y limpia como los chorros del oro. Así la recuerda. Si se me caía al suelo el tenedor, inmediatamente lo recogía la señora, lo lavaba en el agua, lo secaba cuidadosa, y me lo devolvía. Como los chorros del oro. Buena, muy buena y muy limpia la recuerda.
Antes del día treinta de aquel marzo de 1947, Vicente necesitaba cobrar. En casa estaban necesitados. La señora, tan buena y tan limpia, se le adelantó: aquí tienes tu jornal. Y le puso en las manos siete pesetas.
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