viernes, 18 de abril de 2014

Hasta siempre, Gabo


Hoy, jueves 17 de abril de 2014, a la edad de 87 años, ha muerto en México DF el periodista colombiano y uno de los más grandes escritores de la literatura universal, escribe El País en su edición digital bajo el titular: Luto en la Tierra y en Macondo.

Y es que hoy ha comenzado para Gabriel García Márquez el viaje más largo y maravilloso jamás contado, por caminos de un lugar inconcebible, más allá del espacio y del tiempo y para el que estuvo preparándose acá en la Tierra durante toda su vida; un viaje en compañía de los nunca muertos del todo de su tierra más querida, donde seguirá escuchando historias imposibles que le cuenta la abuela Tranquilina Iguarán y conociendo detalles de batallas reales o imaginadas por su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía. 

Porque lo que es seguro es que se quedará en Macondo durante la eternidad, donde podrá ver con sus propios ojos cerrados cómo el náufrago conoce al ahogado más bello del mundo antes de que este aparezca varado en la playa; y sabrá lo que nunca pudo imaginar de la vida no tan triste de la cándida Eréndira y de la de su abuela desalmada. En Macondo se pasará los días que allí no son tales degustando asados de cerdos engordados con rosas y comprobará al fin que se puede estar rodeado de quienes nunca te harán llorar aunque se merezcan tus lágrimas; sabrá de la verdadera angustia en el corazón de Santiago Nasar a las 5,30 de la mañana del día que lo iban a matar, y no tendrá que inventársela para contarla; nada tendrá ya que imaginar, porque donde todo es prodigio no cabe la duda, y verá en el horizonte clarísimo de su mente todo lo que el coronel Aureliano Buendía, muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, había de recordar de aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. 


Un día de estos que nadie conoce, sonará en Macondo el murmullo quedo de la voz de Gabo que sigue contando. (Ya suena, entre las plumas de las alas de su espalda, el compás de un cuento nuevo llegando al oeste, a la vez que el ocaso de la tarde hunde a lo lejos una enorme esfera de fuego en el agua del mar).

jueves, 17 de abril de 2014

Cosas del maltrato: supremacía de especie y ejercicio de poder



http://www.elrellano.com/videos_online/8413/caballo-y-gatito.html




Cómo puede haber a estas alturas tanta gente que aún considera que los animales no son capaces de albergar sentimientos como la ternura o la amistad; que en ellos "querer al otro" no es una elección. Cómo el hombre continúa ejerciendo una supremacía de especie o especismo que le lleva a pensar que puede hacer lo que quiera con los miembros de otras especies (mal entendidas como inferiores); incluso maltratarlos hasta la tortura. Estos hombres bestia, o esas bestias de hombres, solo se retratan a sí mismos como ignorantes, crueles, maltratadores e imbéciles; y si se permiten a sí mismos tal atrocidad es exclusivamente por un ejercicio de poder

A mí me hacen gracia los eufemismos que nos hemos inventado en torno al maltrato, llegando a denominaciones tan erróneas como violencia de género, y luego legislando desde allí. Una sociedad que de verdad quiere acabar con cualquier tipo de maltrato ha de empezar por llamar a las cosas por su nombre, y entonces comprobará que en el Derecho (casi tan antiguo como la Civilización) ya están los principios suficientes para juzgar y sentenciar debidamente. El maltrato, en cualquiera de sus manifestaciones, es siempre un ejercicio de poder, ¿o es que el maltratador que le propina palizas a su mujer se le ocurre hacer lo mismo con un hombre de 120 kilos y campeón de judo? No. Y es que se maltrata exclusivamente a quien se puede maltratar. O a quien se deja. Por eso no estoy totalmente de acuerdo con las teorías en torno a la educación en valores de igualdad enfocadas a erradicar el maltrato o la violencia hacia las mujeres. (Es así como se debería de llamar, y nunca “violencia de género”; en primer lugar, porque las personas no tienen género; este es un accidente gramatical y lo tienen las palabras, las personas tienen sexo: hombre, varón o macho y mujer o hembra, y transexual. Y en segundo lugar porque, aun nombrándolo mal, solo cabría hablar de “violencia de género” cuando se diera una sociedad en la que los hombres maltrataran a las mujeres en general; y en nuestra sociedad no ocurre que un hombre, incluso un maltratador confeso, llegue a una cafetería y le propine una paliza a la camarera porque el café está muy caliente o muy frío, mientras que ese mismo hombre sí ejerce la violencia contra “su” mujer por las mismas o parecidas razones (sinrazones, habría que decir). Por lo tanto, y como el problema no es que los hombres anden por ahí atacando a las mujeres, podemos hablar de “violencia en el entorno doméstico” (que solo atañería al maltrato que se da a la pareja con la que se convive); pero si queremos referirnos al que también se da contra “la novia” con la que no se convive, tenemos que hablar de “violencia hacia las mujeres” o “contra las mujeres”).

Retomando lo de la educación en igualdad, que está muy bien, creo que otra vez estamos ante un eufemismo que parece convenir al hombre (en una sociedad machista) para continuar criando y educando mujeres víctimas. Este maltrato no se alcanza a erradicar tratando de conseguir a través de la educación hombres menos violentos, que respeten a las mujeres como a iguales. Y no se consigue porque la violencia es un asunto estrechamente relacionado con un instinto humano; se encuentra en el código genético de la especie y en el ámbito de los instintos y por tanto en el ello, al que no todos los hombres han conseguido dominar desde el yo. Por eso, abogo en este terreno por los principios de la Escuela Psicoanalítica Francesa, donde de lo que se habla es de “educar a la mujer para que no sea víctima” y no al hombre para que no sea maltratador de la mujer. Y es que sin víctimas no hay maltratadores. Pues eso.

Y también por esto me duele aún más si cabe el maltrato animal. Y es que la mujer, como persona, tiene la obligación de no ser víctima de nada ni de nadie, y aunque reconozco circunstancias atenuantes que pueden parecer en principio exculpatorias, en el fondo la víctima de  maltrato siempre es de alguna manera dependiente emocional del maltratador. Y como ya he manifestado en otras ocasiones, considero  toda elección responsabilidad de la persona, así como el camino hacia su autodependencia.

Con los animales es diferente. Aunque en un aspecto es lo mismo: un ejercicio de poder. No se tienen noticias de nadie que se haya adentrado en la jungla y le haya propinado una tunda de palos a un tigre; porque simplemente el tigre salvaje no se dejaría. Pero cuando hablamos de animales domésticos, o bien estos viven en total dependencia de sus amos, que  son los que le procuran la satisfacción de sus necesidades; o bien viven encerrados por sus amos y sin posibilidad alguna de defenderse. Por lo tanto el animal nunca es responsable de ser víctima del descerebrado o descerebrada de turno.

Estoy tan seguro de lo que acabo de exponer, que hasta sería partidario de una legislación que aprobara penas para los casos de maltrato animal muy superiores a las que esa misma legislación establece para el maltrato entre personas. Por la misma razón por la que, cuando observo actitudes de poder en una persona sobre su mascota o sobre cualquier animal, inmediatamente me hago una idea de qué es esa persona; desde luego alguien muy alejado de mi aprobación. Pues eso.

domingo, 13 de abril de 2014

Que Dios me libre de los no diagnosticados


El título de este artículo es un eufemismo al cuadrado; como lo es la frase anterior. Dejémoslo entonces en que es un doble eufemismo. Por una parte, porque no creo en la existencia de ningún dios, y mucho menos en que entre sus misiones se encontrara la de librarme a mí de algo; y en segundo lugar, porque no siempre son los no diagnosticados los que más me asustan. Pero resulta que en esto de las patologías referidas a la mente de las personas, asunto que me apasiona, suelo encontrarme cómodo de una forma directamente proporcional al conocimiento que sobre su diagnóstico tenga cada cual. Así, por ejemplo, puedo convivir y hasta divertirme al lado de un maniaco, de un obsesivo, de un neurótico o de un fóbico; incluso llego a comprender al esquizofrénico, al autista o al deprimido. A su lado se despierta mi parte de ayudador y si conseguimos entendernos, si alcanzamos a comprender el fondo de nuestras maneras de decir, hasta me resulta entretenida e interesante la relación o la eventual conversación. Lo que me ataca, lo que me hunde, lo que acaba con mi paciencia y me anula, me desgasta y me enferma, es la actitud neurótica, obsesiva, maniática, iracunda, histérica o deprimida de los no diagnosticados, que para mí son todos los efectivamente no diagnosticados y todos los otros que, a pesar de un diagnóstico, son absolutamente ignorantes respecto a la patología que padecen. Estos me enferman a mí también. Voy perdiendo fuelle poco a poco; me entristecen despacito; y finalmente me causan un aburrimiento insoportable. Y es que no hay nada más desgastador que tratar de hacerse comprender por quien nada sabe de sí mismo. 
Estos humanos, al igual que ocurre con los que mienten, no alcanzan la categoría de personas y por tanto ni me interesan ni estoy en disposición de otorgarles beneplácito alguno; si viviera siete vidas, me lo pensaría. Pero mi vida, como la de cualquiera, es muy corta; para mí no suficiente para alcanzar todos los objetivos que como persona me he propuesto. Por lo tanto, y en busca siempre de la eficacia como máxima que valida cualquier actitud o posicionamiento, no estoy dispuesto a perder el tiempo con quien o al lado de quien nada tiene que perder porque nada pone en juego de manera consciente. Y es que desde hace mucho tiempo todo, absolutamente todo lo que ocurre en mi vida, es vivido de forma consciente; soy conscientemente actor o receptor de las acciones propias o ajenas respectivamente; como lo soy de las consecuencias de ambas. Y es que si de algo me he ocupado es de la conciencia (propiedad del humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta; conocimiento reflexivo de las cosas). Sí, resulta que es a esto a lo que he dedicado más tiempo y en vista del resultado quiero seguir dedicándoselo; por eso a veces le pido a Dios que me libre de los no diagnosticados. Aunque reconozco que los hay de dos tipos y que unos me molestan más que otros. Están los no diagnosticados propiamente, que pobrecitos ellos pueden estar libres de culpa, bien porque el diagnóstico de haberlo fuera devastador para sus mentes, bien porque mermada alguna facultad no es posible que se den cuenta de lo que hay y por tanto sean incapaces de responsabilizarse de sí mismos. A estos sí los soporto, aunque me incomoda bastante la compasión que consiguen despertar. También, y por las mismas razones, acepto con buen talante a los diagnosticados que sufren cualquiera de las dos premisas anteriores. Para ser exactos, tendría que decir que puedo comprender y soportar a estas personas durante el tiempo en el que se produce la crisis o el estado o el medio que provocan la manifestación de su discapacidad. Pero resulta que fuera de este tiempo empiezan a cargarme. Y es que estoy con Frankl, fundador de la Logoterapia, en que detrás del paciente siempre hay un ser humano y algunas veces una persona, “si no, qué sentido tendría la Psiquiatría” (El hombre en busca de sentido, Viktor Emil Frankl, 1961; considerado por la Library off Congress en Washington como uno de los diez libros de mayor influencia en Estados Unidos). Pues eso, que el padecimiento no libra de toda responsabilidad a quien lo padece. Y es aquí cuando me vuelvo intolerante con la gente que, con o sin diagnóstico, no hace el menor esfuerzo para que algo cambie y se exculpan continuamente con vacuidades del tipo “es que yo siempre he sido así”; “es que yo esto no lo soporto”; “pues claro que tengo que lavarme 17 veces seguidas las manos, o es que quieres que vaya por ahí con ellas sucias”; o cuando son ellos los que caminan por la acera a cuatro patas y de vez en cuando ladran: “¿Por qué tengo que cambiar yo?, cambia tú”. 
Y la definitiva, la que me resulta demoledora, viene cuando, llenos de razón y hasta de un cierto tipo de orgullo, te espetan: “¿Sabes lo que te digo?, que el que no quiera que no me aguante”. Pues eso, no los aguanto.

Y es que todos tenemos la responsabilidad de hacer todo lo posible por mejorar, por aprender a aprender, por facilitarnos la vida a nosotros y a quienes nos quieren o simplemente nos rodean. Todos tenemos la responsabilidad de utilizar el cerebro que genéticamente nos ha tocado para reflexionar, para reconocernos y conocernos, para instaurar acciones encaminadas al acierto, a la gestión de las emociones, a la superación de complejos o de traumas; todos tenemos la responsabilidad de avanzar, con mayor o menor esfuerzo, por el camino que nos lleva a disfrutar de la capacidad de elegir, que es el mismo que nos conduce a la auténtica libertad, aun cuando esta sea tan escasa que solo nos ofrezca dos opciones. Porque la mayoría de las veces son suficientes, de ahí que desde la Filosofía el hombre es un ser libre. Las dicotomías pacífico/violento, afable/agresivo, confiado/celoso, tolerante/rígido, sereno/iracundo, maligno/benigno, prudente/insensato, envidioso/generoso, mentiroso/veraz, sincero/hipócrita, y algunas más de este tipo nos colocan ante un grado de libertad aparentemente pequeño porque en cada caso solo podemos elegir entre dos opciones, pero resulta que la diferencia en el resultado de la elección es tan grande, que podemos comprobar cómo el grado de libertad que parece pequeño se hace inmenso. Y todos elegimos, o mejor, todos podemos elegir. Claro que hay trastornos que incapacitan a la persona hasta tal punto que esta “desaparece” y con ella su cualidad de ser libre (entrecomillo “desaparece” porque participo de las teorías de la psiquiatría que postulan que la enfermedad siempre es del cuerpo (soma) y nunca de la persona; por lo tanto esta nunca desaparece o no desaparece del todo). No hablo de esos casos; hablo de la gente de a pie. De esos que han sido capaces de obtener el permiso de conducir, de encontrar y realizar un trabajo que les permite vivir dignamente (y a veces hasta muy bien); de los que han formado una familia, sí, de los que se han casado y hasta tienen hijos; de los que han obtenido una titulación media o superior; incluso de los que ostentan cargos (no siempre bien llamados) de responsabilidad. Todos esos con los que me topo a diario y que, diagnosticados o no, hacen lo que pueden menos lo que tendrían que hacer: elegir qué persona quieren ser. 

Y es que no todos los psicópatas son asesinos en serie ni todos los celosos le abren la cabeza a martillazos a su pareja. Por eso, detrás del trastorno, detrás del conflicto y hasta de la dificultad, decimos que hay siempre un ser humano; pero esto es una perogrullada o como mínimo una obviedad. Lo que importa es el grado de libertad del que disfruta ese humano para elegir, y no alcanzará nunca la libertad suficiente sin antes o a la par de convertirse en persona. Y de esto le hago responsable, aun cuando conozca y comprenda de sus lastres más íntimos; aun cuando conozca y comprenda los condicionantes que su estado psicofísico suponen en su contra; aun cuando reconozca la dificultad en el esfuerzo que han de realizar en comparación con quien no sufre ningún trastorno.

Participo de la tesis de que todo ser humano es una novedad; también reconozco la distinción entre lo corporal, lo psíquico y lo espiritual, pero no debemos entenderlo como partes que componen al ser humano, ya que este, desde la existencia espiritual, no es un ser "aditivo", sino integral. En palabras del teólogo judío Leo Baeck podemos resumir que "nada de lo que existe adquiere la existencia en virtud de una composición". La existencia es personal, y la persona existencial en esencia supone una unidad y una totalidad, por lo que no es divisible ni sumable. Y no lo es porque su unidad no le permite la divisibilidad y su totalidad tampoco le permite la sumabilidad. Esto explica que cada ser humano sea una "absoluta novedad" y también que sea un in-dividuo absoluto y un in-sumable absoluto.

Y esto es así incluso en los casos de esquizofrenia, donde se habla de "escisión de la personalidad", lo que induce a error al entenderse como una "escisión de la persona" y por tanto una "divisibilidad", que en realidad no se produce; el error viene de la traducción literal de la palabra "esquizofrenia" por "demencia de escisión", pero los estudios realizados demuestran que la persona esquizofrénica sufre precisamente por su intento permanente por mantener su unidad.

Por esto no perdono. No puedo perdonar a quien se escuda en sus dificultades o en sus condicionantes para no ser todo lo buena persona que podría llegar a ser. Pero como no es mi misión juzgar, y por tanto tampoco lo es culpar o perdonar, digo simplemente que no los aguanto.