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Cómo puede haber a estas alturas tanta gente que aún considera que los animales no son capaces de albergar sentimientos como la ternura o la amistad; que en ellos "querer al otro" no es una elección. Cómo el hombre continúa ejerciendo una supremacía de especie o especismo que le lleva a pensar que puede hacer lo que quiera con los miembros de otras especies (mal entendidas como inferiores); incluso maltratarlos hasta la tortura. Estos hombres bestia, o esas bestias de hombres, solo se retratan a sí mismos como ignorantes, crueles, maltratadores e imbéciles; y si se permiten a sí mismos tal atrocidad es exclusivamente por un ejercicio de poder.
A mí me hacen gracia los eufemismos que nos hemos inventado en torno al maltrato, llegando a denominaciones tan erróneas como violencia de género, y luego legislando desde allí. Una sociedad que de verdad quiere acabar con cualquier tipo de maltrato ha de empezar por llamar a las cosas por su nombre, y entonces comprobará que en el Derecho (casi tan antiguo como la Civilización) ya están los principios suficientes para juzgar y sentenciar debidamente. El maltrato, en cualquiera de sus manifestaciones, es siempre un ejercicio de poder, ¿o es que el maltratador que le propina palizas a su mujer se le ocurre hacer lo mismo con un hombre de 120 kilos y campeón de judo? No. Y es que se maltrata exclusivamente a quien se puede maltratar. O a quien se deja. Por eso no estoy totalmente de acuerdo con las teorías en torno a la educación en valores de igualdad enfocadas a erradicar el maltrato o la violencia hacia las mujeres. (Es así como se debería de llamar, y nunca “violencia de género”; en primer lugar, porque las personas no tienen género; este es un accidente gramatical y lo tienen las palabras, las personas tienen sexo: hombre, varón o macho y mujer o hembra, y transexual. Y en segundo lugar porque, aun nombrándolo mal, solo cabría hablar de “violencia de género” cuando se diera una sociedad en la que los hombres maltrataran a las mujeres en general; y en nuestra sociedad no ocurre que un hombre, incluso un maltratador confeso, llegue a una cafetería y le propine una paliza a la camarera porque el café está muy caliente o muy frío, mientras que ese mismo hombre sí ejerce la violencia contra “su” mujer por las mismas o parecidas razones (sinrazones, habría que decir). Por lo tanto, y como el problema no es que los hombres anden por ahí atacando a las mujeres, podemos hablar de “violencia en el entorno doméstico” (que solo atañería al maltrato que se da a la pareja con la que se convive); pero si queremos referirnos al que también se da contra “la novia” con la que no se convive, tenemos que hablar de “violencia hacia las mujeres” o “contra las mujeres”).
Retomando lo de la educación en igualdad, que está muy bien, creo que otra vez estamos ante un eufemismo que parece convenir al hombre (en una sociedad machista) para continuar criando y educando mujeres víctimas. Este maltrato no se alcanza a erradicar tratando de conseguir a través de la educación hombres menos violentos, que respeten a las mujeres como a iguales. Y no se consigue porque la violencia es un asunto estrechamente relacionado con un instinto humano; se encuentra en el código genético de la especie y en el ámbito de los instintos y por tanto en el ello, al que no todos los hombres han conseguido dominar desde el yo. Por eso, abogo en este terreno por los principios de la Escuela Psicoanalítica Francesa, donde de lo que se habla es de “educar a la mujer para que no sea víctima” y no al hombre para que no sea maltratador de la mujer. Y es que sin víctimas no hay maltratadores. Pues eso.
Y también por esto me duele aún más si cabe el maltrato animal. Y es que la mujer, como persona, tiene la obligación de no ser víctima de nada ni de nadie, y aunque reconozco circunstancias atenuantes que pueden parecer en principio exculpatorias, en el fondo la víctima de maltrato siempre es de alguna manera dependiente emocional del maltratador. Y como ya he manifestado en otras ocasiones, considero toda elección responsabilidad de la persona, así como el camino hacia su autodependencia.
Con los animales es diferente. Aunque en un aspecto es lo mismo: un ejercicio de poder. No se tienen noticias de nadie que se haya adentrado en la jungla y le haya propinado una tunda de palos a un tigre; porque simplemente el tigre salvaje no se dejaría. Pero cuando hablamos de animales domésticos, o bien estos viven en total dependencia de sus amos, que son los que le procuran la satisfacción de sus necesidades; o bien viven encerrados por sus amos y sin posibilidad alguna de defenderse. Por lo tanto el animal nunca es responsable de ser víctima del descerebrado o descerebrada de turno.
Estoy tan seguro de lo que acabo de exponer, que hasta sería partidario de una legislación que aprobara penas para los casos de maltrato animal muy superiores a las que esa misma legislación establece para el maltrato entre personas. Por la misma razón por la que, cuando observo actitudes de poder en una persona sobre su mascota o sobre cualquier animal, inmediatamente me hago una idea de qué es esa persona; desde luego alguien muy alejado de mi aprobación. Pues eso.
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